La salud de
la población y de los individuos está intrínsecamente unida a su desarrollo.
El desarrollo en el sentido amplio del término, implica
cambios e incluso importantes alteraciones de la salud y del entorno de las
personas. Pero, del mismo modo, el estado de salud de la población es un factor
que condiciona el desarrollo.
Por
su parte, el desarrollo puede romper el clásico círculo de retroalimentación
existente entre la pobreza y la mala salud. El desarrollo económico posibilita
disponer de mayores recursos con los que financiar la mejora de la salud medioambiental, la realización
de campañas de salud pública, y, sobre todo, el establecimiento de un sistema
sanitario cuyos servicios
de salud cubran también a los sectores más vulnerables, por ejemplo mediante la
extensión de la atención primaria de salud. Además, los
programas de desarrollo social, como los de educación y alfabetización, han
contribuido decisivamente a elevar el nivel de salud al facilitar las mejoras
en la alimentación, la higiene y la salud reproductiva. El desarrollo
socioeconómico, particularmente si alcanza equitativamente a la población
(aunque generalmente no sea éste el caso), también permite mejoras en las
condiciones de vivienda y de otros servicios básicos.
El
desarrollo trae consigo diversas transformaciones y amenazas para el medio
ambiente (como la contaminación, la degradación de la tierra, el calentamiento
de la atmósfera o la proliferación de desechos y productos tóxicos), que tienen
consecuencias graves para la salud humana, los medios de vida y la seguridad humana. Aunque son los países
ricos los que más contribuyen a esos impactos, son los países pobres los que
más los sufren en forma de pérdidas humanas, riesgos para la salud y amenaza
para los sistemas
de sustento. A esto último contribuyen singularmente procesos como la
degradación de los suelos, la deforestación y la pérdida de la diversidad
biológica.
Fuente: Phillips, D. R. e Y. Verhasselt (1994), Health and Development, Routledge,
Londres.